jueves, 8 de septiembre de 2011

Amelia Denis de Icaza

Amelia Denis de Icaza nació en la ciudad de Panamá en el año 1836. Su padre, Saturnino Denis, era de Francia; y su madre, panameña. Desde muy pequeña sintió interés por la literatura y dedicaba parte de su tiempo a escribir poesía. Demostrando agrado hacia la escritura, ayudó en el periódico que editaba su padre en ese entonces. Por otra parte, tanto su padre como su madre se encargaron de cultivar los valores y la cultura en ella.

En sus poemas se describe un especial patriotismo y sinceridad; con un fuerte contenido político y social donde polemiza con la sociedad de manera tajante. Su poema más importante es Al Cerro Ancón, en donde muestra su disgusto por la creación de la Zona del Canal, por los Estados Unidos.

Recibió su primera instrucción primaria en la Primera Escuela elemental de niñas, en el barrio de Santa Ana. primera mujer que escribe versos.


A Panamá

Hasta cuando mi patria idolatrada
por la discordia te veras manchada
llenándote tú misma de baldón,
de tus hijos la sangre derramando
por un poder efímero luchando?
dice: ¿acaso te falta corazón?

¿Te falta inteligencia? no, mentira
que en tu alma brilla la celeste pira
que da a sus escogidos el señor
¿hasta cuando tu zaña que intimida,
hasta cuando esa lucha fratricida
que conduce a la ruina y al dolor?

¿Por qué no ves el desaliento impreso
en la faz bendecida del progreso
que tus luchas condenan a morir?
Levanta ya tu noble altiva frente,
pedazo de la América valiente
prepara tu grandioso porvenir.

Levanta ya tu noble, blanca enseña
y a la esperanza que tranquila sueña
despiértela tu alegre sonreír,
patria de grandes hombres, patria mía
luzca ya de la unión el claro día
manda tus puertas al progreso abrir.

Prepara tus laureles y tus flores
El canto de tus dulces trovadores
Para el que cumpla tu feliz misión,
Para el que logre levantar el vuelo
y remontar tus alas hasta el cielo
y allá batir altivo tu pendón.

Álzate Panamá, mira tu suelo,
mira tus campos que bendice el cielo
y tus montañas que tu adorno son;
une tus hijos con el eterno lazo
en un estrecho, fraternal abrazo,
sea tu divisa, libertad y unión.

Olvida el triste lóbrego pasado
y mira el presente desolado,
lucha y espera el porvenir con fé;
a las armas del ocio cabizbajo
sustituyan tus hijos el trabajo,
no más oculta tu riqueza esté.

¿Por qué vivir en inacción Dios mío
mirando en el hogar silencio y frío
cuando el oro se encuentra por doquier?
surcar la tierra con segura mano
he aquí el enigma, el misterioso arcano
que afianza de los pueblos el poder.

Luzca por fin el venturoso día;
que el labrador radiante de alegría
regrese a las delicias del hogar,
encontrando su alegre compañera
que a su consorte satisfecha espera
que llegue del trabajo a descansar.

Que leyendo el pedazo de una historia
que de niño ha ilustrado su memoria
encuentre el artesano su placer,
y al descansar de su fatiga, vea
que el trabajo se hermana con la idea
y hace del hombre venturoso ser.

Entonces de placer estremecida
¡mi patria floreciente y escogida!
yo escucharé los ecos de tu voz:
no más luchas ni lágrimas de duelo,
echa al pasado, del olvido un velo
que tus esfuerzos los secunda Dios.


Amor inmenso, sin igual, profundo,
amor bendito que en el alma siento,
a quien le rinde adoración el mundo,
presta a mi lira tu celeste acento.

Presta a mi lira enlutecida y triste
el suave aroma que de ti se exhala,
que ha tu recuerdo el corazón se viste
para cantarte de vistosa gala.

Amor del alma, sentimiento santo,
blanca, entreabierta flor de la natura,
tú cubres la mujer de regio manto
y la colocas en sublime altura.

Que no hay ternura igual a tu ternura,
sentimiento purísimo y bendito;
ni hay para la mujer mayor ventura
que de un hijo escuchar el primer grito.

Compensación suprema que el Eterno
otorga a la mujer compadecido:
la gloria puso al lado del infierno
y al lado del dolor el bien querido.

Cuando entregada a dolorosa angustia,
una mujer padece sin consuelo,
como la flor abandonada y mustia
que rueda a la ventura por el suelo.

Cuando llora talvez desesperada
teniendo en el pesar los ojos fijos,
cuando al bajar incierta la mirada
ve alrededor sonriéndole sus hijos.

Entonces ¡Oh gran Dios! cambiase en risa,
su supremo dolor, todo lo olvida,
con el materno amor se diviniza
y en su pecho los junta estremecida.

Perdón Señor! exclama arrepentida
yo debo bendecirte noche y día,
que tú quisiste embellecer mi vida
con ese amor, llenando el alma mía.

Amor de madre!....el universo entero
se siente con tu aliento embalsamado,
único amor sin mancha y verdadero,
sin porvenir, presente ni pasado.

Amor que nada pide, nada espera,
que de si mismo satisfecho vive,
que la infeliz impúdica ramera
como sagrada redención recibe.

Amor de madre en la modesta choza,
en la humilde casita del obrero,
del rico en la mirada voluptuosa,
amor, amor del universo entero.

Ama la madre el hijo cuando siente
que su seno de un ser está animado,
lo idealiza, lo sueña, lo presiente,
mientras llega el instante tan deseado.

Nace, y al contemplarlo temblorosa,
en la embriaguez de su pasión inmensa,
lo abraza, lo contempla, lo reboza,
loca lo adora y en amarlo piensa.

Las noches pasa en inquietud constante,
olvidando su propio sufrimiento,
lo mueve, lo acaricia palpitante,
y se inquieta al más leve movimiento.

Pasan los años y el hermoso niño
crece, arrullado por su amor de madre,
y le forma un edén con su cariño,
y más le adora si le falta padre.

Si sola tiene que velar su suerte,
con que empeño tan tierno lo ha criado!
se juzga grande, se contempla fuerte,
y olvida su dolor y su pasado.

Con frente erguida en su morada pobre
a Dios le dice de esperanza llena,
Señor, Señor, que tu bondad le sobre
para él la dicha, para mi la pena.

Si el niño ingrato el abnegado empeño
de la madre infeliz olvida un día,
ella, intranquila, velará su sueño,
a Dios alzando su plegaria pía.

Y siempre lo amará!....bendito sea
el amor de una madre, sin segundo
sentimiento del alma, que campea
con todos los amores en el mundo.

Ama la madre al ser a quien da vida,
como la casta virgen a Jesús,
es el hijo la antorcha de su vida
su fe cristiana, su fulgente luz.

Hijo, dice la madre desgraciada,
hijo, dice también la noble esposa;
hijo, repite en la modesta choza
la ignorante mujer asalariada!

El mismo grito en toda la natura!...
grito que a Eva pobre y maldecida,
la hizo feliz en su morada oscura,
que fue con este grito embellecida.

Amor de madre religioso y santo,
sol que alumbra mi espíritu abatido,
por ti secóse mi ardoroso llanto,
y la tierra en Edén se ha convertido.

Con mis hijos la vida es tan hermosa!...
quiero vivir para gozar con ellos,
velar por su existencia cuidadosa,
y trenzar sonriendo sus cabellos.

Besar sus ojos, que mi ser reflejan
a mi pecho estrecharles conmovida,
llamarlos en la noche si se quejan,
y que me llamen madre: esta es la vida!

¡Gracias! ¡gracias! Señor Omnipotente
gracias porque me diste ese tesoro!
también mis hijos doblarán su frente
para adorarte como yo te adoro.



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