viernes, 9 de septiembre de 2011

Claudia Lars

Claudia Lars, seudónimo literario de la poeta salvadoreña Margarita del Carmen Brannon Vega, nació en 1899 en la ciudad de Armenia,  Sonsonate.
Su padre de origen irlandés y su madre salvadoreña,  le confiaron sus primeros estudios a una reconocida educadora. 
Posteriormente los continuó en la ciudad de Santa Ana. A la edad de veinte años publicó sus primeros poemas y luego se radicó en Nueva York donde contrajo matrimonio en 1923. Vivió algunos años en Costa Rica, México y Guatemala, y sólo hasta 1946 ya separada de su marido, regresó a su país donde vivió hasta su muerte ocurrida en 1974.
Recibió numerosas distinciones y antes de su muerte le fue concedido el  doctorado Honoris Causa por la Universidad José Simeón Cañas.
Su obra, caracterizada por el dominio de la métrica, la profundidad en la expresión de sus sentimientos y la pureza del lenguaje, la convierten en una de las grandes exponentes del panorama poético hispanoamericano.
«Estrellas en el Pozo» en 1934
«Romances de Norte y Sur» en 1946
«Donde llegan los pasos» en 1953 
«Sobre el Ángel y el Hombre» en 1962
«Del fino Amanecer» en 1964
«Poesía Última» en 1972, hacen parte de su excelente producción literaria.


1. El árbol y su cielo.
Ya despierta la fábula en las cosas.
El cielo de mi risa
sobre el ágil velamen del columpio.

Yo tenía la nube,
también la huella fina de los pájaros
y un reino verde con semillas verdes
y el mar en el olfato.

Por aire humedecido
imaginad el ángel de las flores.
Por ríos invisibles
los jardines dispersos en mi frente.

De su centro de sangre
alzado el corazón, el fino huésped.
Junto a párvulas sombras
musgo de leche y encendidas anclas.

Yo tenía mi cuerpo
y una fruta sin vello y dos abejas.
Me bañaba desnuda entre naranjos,
me comía el augurio de los tréboles.

El modo de mi casa
-hecho de arrimo y piedras vigilantes-
iba de viaje en un antiguo viaje
y en un libro de peces.

Los ojos de mi padre
eran náuticos ojos capitanes.
Daban a ratos fuegos de Santelmo
y metales del norte.
Detrás de mi inocencia
lunas dormidas en el dulce pronto...
Tal vez lo ya terrestre
ardiendo como el grillo de mi luna.
Para el suave domingo
islas de azúcar, jaulas de listones.
Para copiarme risas,
una risueña Alicia del Espejo

¿Cómo contar mi olvido,
mi voy jugando de jugar de juegos?
La falda de mi madre:
ese almidón sembrado de violetas.

Todo el bosque del árbol
y yo la corza libre, la criatura.
¡Qué melodía de agua, qué paloma!
Mi giramor... mi girasol... mi mundo.
2. Su puerta
-arco de almíbar y de sal menuda-
abre el tiempo de blusas uniformes
debajo del almendro y la campana.

Creció mi corazón
como una flor esquiva por mi sangre,
sufriendo la indagante compañía,
un delicado miedo y la nostalgia.

Alguien dijo: es amor...
pero yo lo guardé con mis peinetas.
En música inicial, en largas noches
le dormí como a niño que amenaza.

Ella nada sabía.
Se apoyaba en mi dicha sin mirarla.
Por su país esbelto
iba el césped buscando lo que sube.

De sus dones abiertos
cogí el idioma fino, inmaculado.
Venía tiernamente hasta mi libro
con su origen de luz, con su garganta.

Tal mi golpe de vida:
solo... a la orilla extraña de los nombres.
¿Quién dibujó en el muro, en el cuaderno,
ese veloz mensaje de saetas?

La inmensa pajarera
y un trémulo silencio, siempre frágil.
Su suave fuerza deteniendo ríos
y fundando ciudades en el alma.

Ardor de mi pureza.
Cuna de fuego en pequeñez colmada.
¡Génesis de la abeja de mi pecho
buscando sus dos alas!
3. Y regresé por una carta dulce
que era medio llamada y medio eco.
Resbala el aire como un río de oro;
sube en el agua aquel azul pequeño.

El mismo abrazo se me da en los árboles,
con su aroma indefenso;
el mismo amor, la misma casa mía
en ángeles terrestres.

Olvido la ciudad porque es verano
y tengo mis almendros;
una nube trivial me entrega, ahora,
bailarinas esbeltas.

Nada ha cambiado, nada... Todo espera
al corazón que vuelve
sobre aldeas menores, sobre infancias
de contenidos cielos.

No hay horas en el tiempo, cada instante
es eterno y es breve.
Voy por mis ojos a la piel del mundo
y al mundo de mi cuerpo.

¿Quién me dio esta palabra iluminada
que sin sonar ya suena?
¿Este secreto de florales bosques
rodeados de silencio?

La golondrina de horizontes rojos
sobre mí va cayendo...
¿Qué distancia pulsante y consumida
me derrama en su vuelo?

Hay un algo que espera no sé donde;
una escondida puerta:
puerta de azar para vivir relámpagos
o navíos o hielo.

Alcanzo mi camino y no lo alcanzo.
¡Desatadme los miedos!
Tengo una cita con la luz lejana.
Con el mar de mis muertos.
4. En dominios de nieve
sueña la flor su escala y su corona.
La nieve cae, abandonando el aire
con un latido blanco.

¿Por qué levanta el muérdago
su sangre oculta en desafiantes hojas?
¿Por qué dejan los elfos invernales
laboriosos mensajes en el vidrio?

¡Eileen, Coleen, Maureen ... verdes, doradas,
alimentad el fuego!
El pan junta a los hombres. Ya regresan
con sus pipas nocturnas y su infancia.

La nieve tiene ermitas y ataúdes,
tiene girantes naipes,
flota en la luz con pliegues de bandera,
borda manzanas de agua entre los mástiles.

¿Quién dice que la nieve es inocente?
¿Quién la celebra en el licor del sótano?
Mil peregrinos andan por su cuerpo,
ciegos de blanca burla.

¡Eileen, Coleen, Maureen... fuertes, sin miedo,
¿está borracho el viento?
¡Cerrad la puerta, defended la casa,
que es la nevada luna de los muertos!

En praderas de nieve
el verano dormido junta olores.
La nieve baja en diminutos ángeles
y fechas de diciembre.

¿Cómo estará la encina en su silencio?
¿Cómo el pez, entre agujas?
Este morir de sueño, este abandono,
¿habrá de ser un colmenar de musgo?

¡Eileen, Coleen, Maureen... limpias, amables,
extended los manteles!
La niña del hermano busca el norte
sobre un temblor de remos.

Viene con su cabello derramado,
con sus pasos silvestres;
trae un lagarto de ónix en la blusa
y una guitarra breve.

Las torres de la nieve
tienen altas palomas congeladas.
La niña toca aquel invierno inmóvil
con los guantes de lana.

Por lámparas de nieve
suben luces pretéritas, de olvido.
Abre la niña su ventana y oye
la memoria del frío.
5. Llegó sobre sus botas de soldado
y su medida de alma.
En el vagón lloraba un niño puro
y leían los hombres con anteojos.

La música de ruedas
trenza llanuras con aldeas tristes.
Un presuroso cerro se le acerca
para huir, en menguante.

Cada cintura de árbol tiene brazos
que van a la deriva.
Es preciso callar, tal vez dormirse
o perseguir su nombre.

¡Ah, venid a mirarle!
¡Venid a señalar su labio joven!
Está jugando de coger mi frente
con sus pestañas de oro.

Creo que ya conozco su esperanza,
su jardín melancólico.
¿Dónde me dio, por un antiguo cielo,
esta frágil alondra?
Diríase que vino para hallarme,
olvidando su miedo en los cipreses.
Porque la muerte sacudió su espanto
lleva una palidez que le ilumina.

Quiero alcanzar su célibe distancia
y utilizo el perfume del pañuelo.
Con maniobras de abeja le cautivo;
le voy dando mi gesto y mis collares.

Por rápidas vidrieras
pasa un sitial de malvas, tres cabañas.
El día lento sufre en el jadeo
de tartamudos rieles y furgones.

¿Acaso fue mi educación de brisa,
su noticia de luz, el tiempo inútil?
De No Man`s Land traía un libro amargo.
¿No era mi edad el libro de la nube?

Por eso el viaje descansó en la playa
y nos dio el mar su vértigo de olas.
Borramos el ayer de los obuses
y despertó mi golondrinalondra.
6. Este color de liquen y de algas;
este origen de mar, que nadie advierte;
este canto de grutas sumergidas
y estos silencios de agua, que se beben.

El goce de una intacta lejanía
donde el pulso del tiempo se endurece;
el barco que llegó buscando anclas,
por combate de noches y de nieves.

Un domador de potros de arco-iris,
un ágil compañero de los peces,
una rada con árboles de llanto
y la isla que muere y que no muere.

Todo, medio perdido por mis labios,
todo, medio salvado por mis sienes,
y en esta tierra de cumplidas cosas
apenas como el día adolescente.

Por un deseo que anudó en el musgo
el suelto sollozar de la intemperie;
por un lejano viaje que en la playa
cambió su muro de olas en laureles;

por eso estoy aquí... con este sueño
de oceánica raíz, casi perenne;
con este primer junio de buscarme
y este regalo de saladas fuentes.

Cae a mis ojos, de unos ojos altos,
toda la luz en su marino oriente.
Cae a mi corazón, con piel y sangre,
toda la vida de mi nombre verde.

Tal vez de una ternura de riberas
me iré al volcado adiós de las corrientes.
Tal vez en un estreno de horizontes
recogeré la flor de lo que duele.

Ha sido mi secreto entre las ramas
esta mitad de mar que no obedece.
Por eso ando buscando, sin decirlo,
el nuevo viaje de mi antigua gente.



De "Canción redonda":

1. Nada en común tenemos
Nada en común tenemos; sin embargo
te escucho emocionada;
va tejiendo la luna hebras sutiles
en su telar de plata.

Abre la noche su corola fresca,
húmeda y constelada
en el círculo inmenso del espacio...
Y las horas se paran.

Canta el viento andariego cantos locos
que aprendió en la montaña;
peina la cabellera de los pinos
y brinca entre las zarzas.

Los arrayanes florecidos sueltan
su más rica fragancia
y en la pelusa de los llanos verdes
las luciérnagas bailan.

Mientras hablas, escondo mi tristeza
y te escucho, callada.
Eres tan claro y tan sencillo, tienes
transparencia de agua.

Despliega la ilusión en tus pupilas
su red de luces mágicas
y en tus labios agita el beso tímido
alas atolondradas.

Adivino el impulso que sofocas.
¿Dijiste que me amabas?
¡Niño, qué mal comprendes el sentido
que encierra esa palabra!

Raíz que viene del profundo abismo
de las vidas pasadas,
con sus menudas flores de mentira
y sus frutas amargas.

Aún no miran tus ojos jubilosos
detrás de tu mirada;
se alcanza a ver el fondo de las cosas
después de muchas lágrimas.

¿Qué podría ofrecerte? ¿Qué sabrías
de mi pena apretada,
de mi amor mutilado y retorcido,
que sabrías de mi alma?

¿De mi canción que vuela hasta el lucero
y camina descalza?
¿De mi sed de belleza? ¿De mi ensueño
que me duele y me salva?

Nada entiendes de mí. Sólo me quieres.
Me codicias por rara.
¡Juventud delirante que desea
siempre lo que no alcanza!

Deleita tu palabra de ternura
en mi oído enredada
y la quietud de seda que nos une
cuando tu voz se calla.

Quisiera florecer en esta noche,
reír con risa franca,
abrir los brazos a la dulce vida
y encender mi esperanza.

Pero ya ves, tú empiezas el camino,
yo regreso cansada;
y dolores y sombras y recuerdos,
me persiguen y atajan.

La verdad en voz baja:
Por eso el quieto corazón te dice
Nada en común tenemos. El encanto
de esta noche no basta.

2. Porque soy vagabunda

                                                              
Porque soy vagabunda conozco los caminos
húmedos y fragantes que en el monte se enroscan;
los que suben despacio al nido de la fuente;
los que se traga el bosque con su boca de sombra.

Porque soy vagabunda he bajado al barranco
a despertar el eco en su cueva de rocas;
persiguiendo la arisca libélula de nácar
y el moscardón de acero que zumba entre las hojas.

Me he tendido en el musgo, sobre almohada de helechos,
oyendo el trino fino que suelta la chiltota;
y la oruga del lodo ha comido en mi mano,
y han bailado en mi frente briznas y mariposas.

Vi abrirse el cascarón del huevillo del pájaro
y la seda enrollada de la prieta amapola;
probé la pulpa rica de la fruta silvestre
y descubrí panales y recogí bellotas.

El viento me ha contado cuentos de maravilla
ofreciendo, al pasar, lo que lleva en su alforja:
olor de balsamera, de yerbas, de racimos,
y todos los rumores de la tierra redonda.

La tonada del río, entre juncos y breñas,
me da el sentido exacto que hay en las siete notas;
y aprendo el equilibrio y la gracia del ritmo
en el vaivén azul y lento de las olas.

Corro con pies descalzos sobre la playa tibia,
me unto barniz de sol, juego en el agua loca,
y adorno el cuerpo alegre con espuma irisada
y pulseras de algas y collares de conchas.

La noche me regala sus gajos de luceros,
la luciérnaga mínima su llamita temblona,
el grillo su chillido clavado en el silencio
y el murciélago huraño su vuelo de alas flojas.

Porque soy vagabunda toda belleza es mía
y mío es el deleite que los demás ignoran.
¡Suelto mi canto vivo como el pájaro libre
y tengo el alma diáfana, esponjada y gozosa!

3. Mensaje que no espera respuesta

Porque llegaste del ensueño mismo,
súbito y espontáneo,
rompiendo ligaduras imposibles
con atrevidos brazos.

Porque en la sombra, densa y sin orillas,
fuiste un momento blanco:
soplo fugaz de giros jubilosos,
voz de risa y de canto.

Porque advertiste el signo de mi angustia,
cuajado en hierro amargo;
adivinando en la inquietud rebelde
el impulso amarrado.

Porque tu beso te nació en el alma
y no sólo en los labios:
savia que reventó, dulce y violenta,
en rosa de milagro.

Por tu fino sentido de ternura,
nido de mi cansancio,
donde confiada la tristeza-niña
pudo dormir un rato.

Por las tardes de octubre, por las noches
enjoyadas de astros;
cuando vibraba en el caudal de vida
ritmo celeste claro.

Por el móvil fulgor que aprisionaba
la seda de tus párpados;
por la palabra bella que envolvía
el pensamiento diáfano.

Por el ovillo tibio de caricias
enredado en tu mano;
por la dicha de amor que no cabía
en el pecho esponjado.

Por el vértigo loco de las horas
que se fueron, volando...
Por el dolor que nos cayó, de golpe,
como cifra de pago.

Va este mensaje de añoranza ingenua,
persiguiendo tu rastro
por las rutas profundas del silencio,
con instinto de pájaro.

Ha de llegar a ti casi sin fuerzas:
pequeño y azorado;
ala de miedo, pico de nostalgia,
corazón de fracaso.

Y en el círculo quieto del recuerdo,
sobre tu pecho cálido,
tímidamente soltará el motivo
de su arrullo delgado.

4. Canción de medianoche

Esta noche de octubre es de luna redonda.
Estoy sola, llorosa, pegada a tu recuerdo.
Han escrito tu nombre las estrellas errantes
y he cogido tu voz con la red de los vientos.

Flota un olor agreste con resabios marinos,
las sombras se amontonan en rincones de miedo,
algo secreto emerge de las cosas dormidas
y las horas se alargan en la curva del tiempo.

Mis ojos de vigilia captan todo el paisaje:
el cono del volcán, los llanos y los cerros,
la vereda entre zarzas, los arbustos floridos
y las palmeras altas de penachos violentos.

Se oye el glu-glu monótono del agua escurridiza
que en la hondonada cuaja su espejito de invierno,
el golpe de la fruta al caer de la rama
y el zumbido perenne de la ronda de insectos.

Mariposas ocultas tiñen sus alas frágiles,
el zenzontle del alba esconde su gorjeo,
y entre espesas cortinas de bejucos fragantes
la paloma morada sueña rumbos de vuelo.

Por etéreos caminos los anhelos se encumbran
y en los cuatro horizontes dan vueltas en silencio.
¿Quién escucha el mensaje de las almas que lloran?
¿Quién recoge en el aire los suspiros dispersos?

Trato de reconstruirte con vaguedad de líneas,
pero te desvaneces y te alejas, huyendo...
¿En qué niebla distante has escondido el rostro?
¿En qué lugar remoto ha caído tu cuerpo?

Esta noche podría quererte más que nunca:
hay en mi corazón humilde vencimiento;
tiembla en la mano izquierda la caricia de espera
y queda el beso tibio en los labios suspenso.

Te ofrendaría el hondo latido de mi impulso,
mi canto de belleza y mi gajo de ensueño,
y una ternura clara, como río de gracia,
colmaría de encanto la cuenca de mi pecho.

Pero ya ves: el ansia ha de quedarse trunca
aunque estire el amor sus brazos pedigüeños.
Y he de pasar la noche, bajo la luna de ámbar,
hilvanando tristezas y contando luceros.

5. Canción del recuerdo intacto

Sólo tú, verdadero, ningún dolor me diste.
Tu regalo perfecto no cabía en mis manos:
era el ramo fragante, el vino de alegría
y la espiga madura para el pan cotidiano.

Sólo tú adivinaste el motivo secreto
que doblaba mi vida en curva de fracaso;
sólo tú me dijiste la palabra de aliento
que me mantiene recta a través de los años.

Por camino de sombras y vueltas de peligro
tu pie, firme y valiente, perseguía mis pasos.
¡Oh saltador de abismos, distancias y barreras!
¿Quién detuvo el impulso de tu amor obstinado?

Para saber quererme afinaste el sentido
volviendo suave y dulce lo violento y lo amargo.
Para alcanzar mi ensueño abriste alas veloces;
para poder copiarme fuiste un espejo claro.

Ardía en tus pupilas hoguera de fulgores,
se enredaba en tu lengua el arpegio de un canto,
y mecido en tus brazos, como un niño pequeño,
dormía sin temores mi corazón cansado.

Todos los que me amaron algún dolor me dieron
y todos los que amé un dolor me dejaron;
sólo tú me alegraste como un día de fiesta;
sólo el momento tuyo fue perfecto regalo.

Por eso, en hora quieta, en el pecho se esponja
el beso de ternura que revienta en los labios:
¡Música errante y vaga, azul de lejanía
lucero del silencio en lágrimas cuajado!

6. Antífona del amor inmutable

Siempre habré de quererte como ahora:
¡Amor de luces blancas!...
¡Fuego de sol que me calienta el pecho
y no levanta llama!

Con esta misma música recóndita,
tan profunda y tan vaga
como el rumor inmenso que recoge
el caracol de nácar.

Con el íntimo verso que revienta
en sencillas palabras
y queriendo expresar todo lo bello,
casi no dice nada.

Con el goce callado de sentirte
en la raíz del alma:
savia celeste que mi anhelo yergue
hasta las nubes altas.

Con el ensueño renovado y fresco
y esta ternura clara
que apenas cuaja en la caricia leve,
como el roce de un ala.

...Siempre habré de quererte como ahora,
aunque después me vaya
errante y sola, con el llanto mudo,
y la emoción ahogada.

He de llevar en el oído fino
tu suave voz lejana
y en el pequeño corazón rebelde
tu misteriosa marca

Porque me amarra a ti nudo de siglos,
y saltando distancias
fui persiguiendo en encontrados rumbos
la huella de tu planta.

Porque llegué de la negrura densa:
una sombra agachada...
y en tus brazos de amparo se encendía
el resplandor del alba.

Porque el sollozo, retorcido y hondo,
colmando mi garganta,
soltó en la cuenca de tu mano tibia
su amargura salada.

Porque anclé mi inquietud en el remanso
de tu pureza intacta
y meció tu silencio transparente
mi vela desgarrada.

Porque encontraste la verdad oculta
bajo mi forma vana.
¡Y el mismo Dios, con su pupila eterna
me mira en tu mirada!

7. Árbol de sangre 

Esta herida me duele con dolor deleitoso.
Abierta como un surco, en su fondo germina
semilla amarga y dulce que ha de erguirse, callada,
en el tronco de fuerza y en la rama florida.

Árbol gigante y bello que juega con las nubes:
su cabellera densa, peinada por la brisa,
esconderá el arrullo de la paloma viuda
y el primor delicado de la frágil orquídea.

Llegarán en bandadas mariposas de junio,
han de libar sus mieles abejas bailarinas
y en la quietud nocturna, luciérnagas fugaces
mecerán en las hojas sus tenues candelitas.

Será la casa oculta del animal huraño,
ha de lamer la bestia su raíz retorcida
y quebrando jornadas el viajero del mundo
apoyará en su tronco la carga de fatiga.

Rumoroso de trinos y adornado de gajos,
meciendo bajo el sol frescura de caricia,
con sus ventanas verdes por donde el cielo pasa
y en la corteza dura cicatrices perdidas;

recogerá los ecos de músicas errantes,
vibrando como un arpa que se toca a sordina;
y cuando suene el grito de la tormenta loca
abrigará los miedos que en soledad palpitan.

Su savia de dolor, potente y victoriosa,
multiplicada en cantos, trocada en gallardía,
empinada al azul y en el lodo sembrada,
ha de ofrendarse a todos en dádiva sencilla.

Y tal vez una tarde, cuando estés viejo y solo,
y en el recuerdo se abran puertas de lejanía,
te ha de llegar un soplo de fragancia olvidada...
¡Sangre transfigurada en florescencia viva!

8. Canción del adiós que se presiente

Nos está decretado separarnos.
Tal vez sea mañana...
He vivido a tu lado muchos días
sin ser lo que deseabas.

Has cogido en tus manos, suavemente,
mi tibia mano huraña;
has tejido en tu pecho nido quieto
donde caben mis alas.

Para librar mi ruta de peligros
fuiste apartando zarzas;
con tu filo de luz abriste puertas
en mi noche cerrada.

Me has mirado de frente, con serena
pupila de confianza;
me has dicho la palabra de ternura
sencilla y cotidiana.

Me regalaste la fragancia leve
de flor inmaculada
y esa leve fragancia del ensueño
casi no era fragancia...

Nos está decretado separarnos...
Ya la pena lejana
en recónditas voces de amargura
anuncia su llegada.

Sin embargo... sospecho que me escondes
la retorcida llama
que se yergue obstinada en tu silencio
y que valiente apagas.

Sé que en tus labios duerme el beso largo
que vence y arrebata;
en tu cuerpo de arcángel está preso
el dragón de las ansias.

Y en mi sangre, también, late el impulso
que hay en las viejas razas.
¡Madura estoy como la fruta dulce
que se inclina en la rama!

Pero la dicha inmensa de querernos
nos ha sido vedada.
Después vendría la infinita angustia
que colma y no se acaba.

Nos está decretado separarnos.
La vida nos reclama
el valor del adiós... ¡Están más juntas
las almas solitarias!

Escogeré, por eso, rumbos nuevos
que el horizonte alcanzan;
me llevaré el dolor de haberte hallado
y de darte la espalda.

Otras te ofrecerán, pleno y cumplido,
el goce que soñabas;
en frágiles espejos de quimera
me has de ver reflejada.

Tu anhelo ha de buscarme en toda forma
y yo seré fantasma;
me has de sentir, como inquietud perenne,
clavada en tu esperanza.

Cuando creas que me hundo en el olvido
estaré más cercana:
amor que por Amor deja el deleite
es eterno en el alma.

Nos está decretado separarnos
y mi adiós se adelanta...
¡Fulge en mi corazón tu nombre claro
en un prisma de lágrimas!
Romance de la noche más bella

Nos fuimos -noche de Octubre-
por la larga carretera.
Ya no llovía. La luna
era una luna canela.
Cara plácida y redonda.
Cara de madrina buena.
Sonrisa de plata y ámbar.
Maravillosa hilandera.

Su madeja de fulgor
se enredaba entre la yerba;
prendía en los matorrales
finas hilachas de seda;
se ovillaba en los rincones;
se destrenzaba en las cercas;
y tejía encajes anchos
que colgaban de las tejas.

El viento no se movía...
Donde la ciudad comienza
el cementerio olvidado
tenía quietud de piedra.
Altos cipreses, en fila,
estiraban puntas rectas.
Se balanceaba en la sombra
el candil de la luciérnaga,
y de los campos mojados
subía pesada esencia.

Reñíamos en voz baja
por necedades pequeñas.
¡Niños que juegan a herirse
aunque la herida les duela!
Reñíamos, porque nunca
dos que se quieren de veras,
logran probar la alegría
sin mezclarla con tristeza.
En el cauce del amor
brotan corrientes diversas,
y jamás se siente puro
el sabor del agua fresca...

Expresabas tu rencor
en crueles palabras negras
clavando en el corazón
alfileres y saetas.
Se alzó rápido mi orgullo,
y con las pupilas secas,
te respondí frases duras
y desafié tu violencia.

Entonces la luna sabia
nos enredó en su madeja:
tibia suavidad de encanto,
nido de lumbre magnética,
red de plata que aprisiona,
trenza de sutiles hebras...

Tu mano buscó mi mano
en una caricia tierna,
y yo doblé, avergonzada,
la petulante cabeza,
olvidando, como niños,
penas, rencores y quejas.

Después... Nunca fue una noche
mejor que la noche aquella.
Húmeda noche fragante.
Noche de luna canela.
Frente al lagar de la muerte
encendió la vida bella,
como una rosa gigante,
su llama de veinte leguas.
¡Flor que nacía en el barro
y besaba las estrellas!

El reloj marcó la hora:
doce campanadas lentas...
Cuando la dicha nos llega
los minutos se atropellan.

Regresamos, en silencio,
por la larga carretera,
con las manos enlazadas
y con las almas suspensas.
Ya estaban en la ciudad
cerradas todas las puertas,
y ninguno caminaba
por las calladas aceras.

Así, nadie adivinó
la dulzura que era nuestra.
Sólo la luna sabía.
Pero la luna es discreta.

Otros sonetos y poemas:
Canción que te hizo dormir

La noche del mundo:
¡qué largos cabellos...!
Los suelta en la torre,
la torre del viento.

Los peina en el valle,
los trenza en el cerro,
los abre en las ramas
frías del almendro.

La noche del mundo:
¡qué oscuro su cuerpo. ..!
En él se transforman
las cosas del suelo:
el lirio descalzo
se calza de acero;
el loro se vuelve
piedra de silencio;
la errante neblina
ángel medio ciego,
y el naranjo en flor
un oso de hielo.

La noche del mundo:
¡qué nombre de sueño,
qué barca volante,
qué tiempo sin tiempo!


Envío

Sobre tu blanca huella mi camino;
mi siempre andar sobre tu luz en fuga.
Con ecos, con taludes, con mareas,
y este nombre del alma en mi aventura.

Aquí... para llegar hasta tu reino,
escuchando la voz que no se escucha;
cayendo en estas noches de mi paso
y amaneciendo clara por tu ayuda.

Llevo en el corazón tu guerra eterna:
la guerra del que anuncia y del que busca.
Estoy, bajo mi cuerpo de vergüenzas,
formando un ángel con la sangre pura.

Por eso muestro aquella casa ciega
y el diurno puente en medio de las lunas.
Por eso voy a la montaña libre
que define mi tierra de criatura.

Torbellinos de amor me han detenido,
pero en amor hallé la vía oculta.
No se borró el secreto del gran sueño
ni se cansaron nunca las preguntas.

Se cuenta el viaje sin decir en dónde
está el arribo, la silente música.
Ni la memoria sabe lo que pierde
ni la palabra pesa lo que junta.

Ya tengo la canción, ya se me rinde;
ya combato en su llama tan desnuda.
El ardiente mensaje está en mi lengua
para entregarlo como cosa tuya.

¡Oh Cristóforo mío, de tu marcha
salgo yo... la pequeña, la nocturna!
Subiré por la escala de tu fuego
sin traicionar mi estremecida ruta.

Espejo

Miré a la dulce niña del pasado
con piel ansiosa y con el ojo puro,
dibujando su forma contra el muro
donde el amor la había equivocado.

Era yo misma... cuerpo ya olvidado,
gesto de ayer y corazón seguro;
simple inocencia en el afán oscuro
y secreto del canto inaugurado.

Estaba allí, casual y sensitiva,
dueña del dardo y la manzana viva
en trémula quietud y extraño aliento.

Toqué su falda de vergel y danza,
entré en el corazón de la esperanza,
y recogí el engaño del momento.

Estrella

Estrella... más que vista, presentida.
-¿Dardo de luz o brasa que levanto?-
Alta en el cielo y en razón de llanto
tras la retina por milagro hundida.

En el sueño y la sangre derretida.
Doliendo allí, perdida con espanto.
Casi tocada en la raíz del canto
y eternamente libre y perseguida.

Reflejo. Sin embargo, propia lumbre.
Clavo del hueso, signo de la cumbre,
ojo de soledad y lejanía.

Sitiada siempre, pero esquiva al tacto.
Doble. Juntando al fin su don exacto
en este humilde afán de la poesía.
Eva y Adán

¡Si tienes sed, Adán, abrévate de mi boca!
¡Ten fe y obra el milagro! ¡Mis besos serán buenos
como el agua que un día brotara de la roca
y como la que el Hijo de humildes nazarenos,

que será, de amar tanto, Dios mismo, cambie en vino!
¡Si tienes hambre, toma: mi corazón es vianda!
¡Mis ojos son antorcha de luz en tu camino!
¡Y el camino soy yo! —¡Oh, bebe y come y anda!

¡En mis débiles brazos está tu fortaleza,
por mí lo serás todo y triunfarás en todo;
por mí tus ojos pueden descubrir la belleza,

tus pasos echar alas, tu suavidad ser fuerte!...
Yo soy quien te completa, ¡mortal! ¡Desde que el lodo
Se llenó del aliento de Dios contra la muerte!

La casa de vidrio

Puerta de cristal el día,
pared de cristal el aire,
techo de cristal el cielo...
¡Dios hizo mi casa grande!

Ventanas de maravilla
sobre escondidos lugares:
el sendero de las hadas
y el camino de los ángeles.

Cuelgan las enredaderas
sus cortinas de volantes;
la hierba fina es alfombra
de mariposas fugaces.

El agua clara del río
cuaja un puente de diamante;
hay libélulas de nácar
y pececillos de esmalte.

Risa y canto se persiguen
en giros de juego y baile.
¡Columpio del alborozo
entre los gajos fragantes!

Palabra limpia y sencilla
como la flor del lenguaje;
regazo de la ternura
donde las lágrimas caen.

Trigo de la espiga nueva
para harinas celestiales;
amor que leche se vuelve
en el pecho de la madre.

¡La casa es casa bendita,
todo en ella vive y cabe,
y puedo mirar a Dios
a través de sus cristales!

Reto

negándose a mi tallo sensitivo.

Como lleva la noche al sol distante
y el párpado cerrado los colores,
así te llevo en pulso palpitante.
Maduro fuego por azar cautivo
en el estrecho cauce de mis venas.
Brazo de afán helado entre cadenas,
rostro de ayer presente en sueño vivo.

Paloma del zarzal y del olivo
que a perseguir tu vuelo me condenas.
Fuente, sobre la sed de las arenas,

Viuda de tu presencia en lo visible,
están en mí tus dádivas mejores
y alzo en forma cabal sangre imposible.

Retrato

Ternura móvil que enraizó a mi lado,
niño grande sin nombre y sin alero;
huésped del sueño en cuerpo verdadero,
oscuro corazón iluminado.

Pago del día, saldo del pasado,
dulce heridor y hábil curandero;
mina de venas rotas y venero
que sin reserva da lo que he buscado.

Su silencio tan largo tiene ahora
pájaros irisados y despiertos
bajo una luz madura y vencedora.

De cenizas llegó su forma alzada,
y en rumbos de la sangre su llamada
devuelve la palabra de los muertos.

Rosa

Color redondo, carne dulce y fina,
abierto corazón de primavera;
llama fugaz en tierra pajarera,
columna de evidencia matutina.

Goce de abril, inútil bailarina
de la sangre y la luz en la frontera,
comunicada con la vida entera
por el silencio amargo de la espina.

Externa y pura, mas del lodo alzada.
En el cristal cautiva y condenada
sin alarde se dobla o se refleja.

Basura de agonía cuando acabe...
¡Y mi lengua extraviada que no sabe
el idioma del duende y de la abeja!


Sangre

                                                                     
Zumo de angustias, leche milagrosa,
raíz inaccesible, árbol salado.
¡Qué temblor en el túnel anegado!
¡Qué llama y nieve en subterránea rosa!

Escala de contactos, misteriosa
razón del sueño, el miedo y el pecado.
Silencio a todo grito encadenado
y tapiada presencia dolorosa.

De los muertos nos llegas... ¡muerte andando!
Sustancia inevitable, gravitando
en la masa despierta de la vida.

Mi cuerpo de mujer te alza en el hombre,
te suelta en la aventura de su nombre
y te derrama por interna herida.

Sirena

Va sobre espuma alzada, casi en vuelo,
sin rozar el navío ni la roca
y la distancia abierta la provoca
un doloroso afán de agua y de cielo.

El canto suelto, desflecado el pelo,
de la tierra inocente, grave y loca;
encendidos los sueños y en la boca
la extraña sangre de una flor de hielo.

No es el tritón quien le transforma el pecho,
ni el querubín se inflama entre sus labios
para beber después llanto deshecho.

Un hombre, nada más... Con brazos sabios
la tiende sobre el peso de la tierra
y allí se arrastra dulcemente en guerra.

Sueño

Fui por el aire, tras la luz caída,
pisando signos y colores planos
y llevaba, desnuda, entre las manos,
la flor de ayer, alzando nueva vida.

Una paloma leve y abstraída
buscó la espiga de celestes granos
y en caminos profundos y lejanos
quedó mi propia forma detenida.

Derribadas murallas, botadura
de un nuevo corazón a la dulzura
y el miedo y el amor cruzando espadas .

A la deriva un ¡ay!... de no sé dónde,
y la muerte, impasible, que se esconde
en reflejo de caras olvidadas.
Sobre el ángel y el hombre"

Primera parte



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