lunes, 3 de octubre de 2011

Miguel Arteche Salinas

Premio Nacional de Literatura 1996, nace en Nueva Imperial (Cautín) el 4 de junio de 1926, hijo de Luis Osvaldo Salinas Adrián e Isabel Arteche Bahillo. Realiza sus estudios secundarios en el Liceo de Los Ángeles y en Instituto Nacional de Santiago. Cursa derecho en la Universidad de Chile (1945-1946), carrera que no finaliza, y literatura española en la Universidad de Madrid desde 1951 hasta 1953. Contrae matrimonio en la capital española en 1953 con Ximena Garcés con quien tiene siete hijos: Juan Miguel, Andrea, Rafael, Cristóbal, Isabel, Amparo e Ignacio. 
Miguel con su madre

Su infancia está marcada por la prematura muerte de su padre y la impronta imborrable de su tío sacerdote don Gonzalo Arteche Bahillo, quien posee una importante biblioteca donde el joven Arteche inicia sus primeras lecturas poéticas, claramente influenciado por la literatura española de los Siglos de Oro y, más tarde, por la poesía del grupo poético del 27. Es justamente bajo el influjo de una de las voces principales de esta generación, Luis Cernuda, en las vacaciones de 1943 en Quintero, cuando el poeta iniciará su camino en la poesía.
Su vida y su labor literaria pueden ser catalogadas como muy intensas: veintitrés libros de poesía, cuatro novelas, dos libros de cuentos, una gran cantidad de ensayos, antologías, traducciones, viajes, premios, cargos académicos y diplomáticos, etc. Igualmente, es indispensable señalar también que debe considerársele como un generoso formador de las nuevas promociones literarias chilenas.

En 1947, publica su primer volumen de poemas, La invitación al
olvido, texto que debe situarse como uno de los más hermosos primeros libros de la poesía chilena. Marcadamente "cernudiano" –como el mismo autor lo ha reconocido- se trata de un poemario donde el sur de Chile, sus árboles, su paisaje, sus vientos, tienen un indiscutible protagonismo, pero, por sobre todas las cosas (y tal como lo señala el prologuista del libro, Eduardo Carranza) donde se alza la voz y la presencia de un poeta indispensable en la rica tradición de este género en el Chile del siglo veinte.

Desde la aparición de su primer libro, el poeta no cejará en la búsqueda de su estilo y en el constante oficio poético: año tras año irá publicando distintos libros de poemas que lo consolidarán como una de las voces más destacadas de la generación del 50. Oda fúnebre (1948, Una nube (1949), El sur dormido (1950) y Cantata del desterrado (1951) serán los volúmenes que antecedan su partida hacia Europa.

Su estancia en España será, sin duda, fundamental. Su contacto con las raíces de sus padres y con el mundo intelectual de la época lo estimularán a profundizar sus búsquedas literarias. Estudios de Literatura en la Universidad de Madrid, asistencia a congresos poéticos (I y II congresos internacionales de poesía de Segovia, en 1952 y Salamanca, en 1953), viajes por España, Francia, Bélgica, Italia y el norte de África, la edición de su libro Solitario mira hacia la ausencia en Madrid, a la par de su matrimonio con Ximena Garcés, harán de esta experiencia en el viejo mundo algo que el poeta fraguará intensamente en su notable y extenso poema Otro continente.

Su regreso a Chile está marcado por una incansable labor literaria. Su obra ya es reconocida ampliamente por la crítica y es incluido en diversas antologías poéticas chilenas y extranjeras. Desde 1951 ha sido un asiduo colaborador del diario "El Mercurio" y a su vuelta, publicará una gran cantidad de artículos, notas y críticas en ese mismo periódico y en otros como "Las Últimas Noticias" y "El Diario Ilustrado" o en revistas como "Finis Terrae", "Atenea" y "Ercilla". Por esos años es también cuando se desempeña como secretario del rector de la Universidad de Chile don Juan Gómez Millas (1954) y como jefe de la biblioteca y archivo del diario "El Mercurio" (desde 1954 hasta 1964). Al igual que en España, Arteche asiste a importantes eventos literarios como los ya históricos Primer Encuentro de Escritores Chilenos de 1959 y Primer Encuentro de Escritores Americanos de 1960, organizados en Concepción, Chile. Su producción poética no merma en absoluto: a Otro continente (1957) le seguirán Quince poemas (1961), el extraordinario Destierros y tinieblas (1963) y el volumen antológico (que reúne las tres obras anteriores) De la ausencia a la noche (1965). En 1963, junto al recordado profesor y filósofo, Luis Oyarzún, es llamado, como miembro de número, a la Academia Chilena de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. Su discurso incluye un homenaje a Eduardo Barrios (a quien sucede luego de su fallecimiento), y versa sobre el arte y el oficio poéticos ejemplificados en algunos poetas muy queridos para Arteche: Federico García Lorca, Dylan Thomas, Jacques Prévert y Saint-John Perse, entre otros.

1964 será el año que marque su comienzo en la publicación de obras comonarrador (un aspecto poco explorado por los exégetas artecheanos y que merece una revisión acabada). La otra orilla será una novela que también recibirá una calurosa acogida por la crítica y a la que sucederán otras igual de importantes en la producción de Miguel Arteche (El Cristo hueco de 1969, La disparatada vida de Félix Palissa de 1971, finalista en el "Premio Biblioteca Breve" de la prestigiosa editorial española Seix Barral y El alfil negro de 1992), como también diversos volúmenes de cuentos. 

Paralelamente a su escritura poética y de ficción narrativa, Arteche reflexiona permanentemente sobre la poesía, el oficio de escribir, sus extraordinarias concomitancias y hasta sobre la condición y el destino del Nuevo Continente. Ensayos como Notas para la vieja y la nueva poesía chilena o La extrañeza de ser Americano fundarán en su obra una corriente constante de diversas indagaciones sobre temas literarios, culturales y hasta sociales que ha continuado hasta el día de hoy.

En 1965, bajo el gobierno del Presidente Eduardo Frei Montalva, el poeta es nombrado Agregado Cultural en la Embajada de Chile en Madrid. El regreso a España intensificará sus lazos con la mejor poesía peninsular y con los complejos problemas que, bajo el régimen dictatorial de Francisco Franco, aquejaban a España. Su residencia en Madrid se prolongará hasta el año 1970 siendo incrementadas notablemente sus actividades literarias y culturales con innumerables conferencias y lecturas en distintas ciudades españolas, como
también con la publicación de dos importantes volúmenes de poesía: la antología Resta poética (1966) y la colección de poemas religiosos Para un tiempo breve (1970). Finalizada su misión en España, Arteche es nombrado agregado cultural en Honduras donde permanece hasta 1971,  complementando su actividad diplomática con la académica como profesor visitante de la Universidad de Honduras.

Otra vez en Chile, sus actividades se vuelcan hacia los medios de comunicación escritos, ejerciendo diversos cargos en importantes revistas nacionales como "Ercilla", "Qué Pasa", "Mampato", "Hoy" y otras. Su regreso al país es celebrado por Editorial Universitaria que publica (con prólogo y selección de Hugo Montes) su Antología de veinte años (1972), interesante recopilación que reúne lo mejor de su producción poética editada más un número considerable de poemas inéditos.

Los acontecimientos históricos de Chile no serán ajenos al poeta, quien desde diversas tribunas se alzará como una notable voz disidente al régimen de Pinochet. Tal vez debido a esto, sus libros dejarán de editarse con la frecuencia acostumbrada y su obra será marginada de cualquier mención oficial. Arteche ejercerá una irónica crítica a los problemas de la sociedad chilena e integrará toda clase de proyectos y agrupaciones que posibilitarán el regreso de la democracia al país. Es también en estos años cuando funda diversos talleres de poesía que consiguen forjar un segmento de libertad para el intercambio y difusión de obras literarias y de ideas (Taller "Altazor" de la Biblioteca Nacional y "Taller Nueve de Poesía", tal vez los primeros espacios de libre circulación en el Chile de esa época).

En lo que respecta a su creación poética, narrativa y ensayística, Arteche continúa su trabajo incansablemente, sólo que casi en una suerte de ostracismo (voluntario e involuntario). Aún así, aparecerán algunos volúmenes de prosa y verso, entre ellos, el libro de poemas Noches, la ya mencionada novela La disparatada vida de Félix Palissa (1975) y el conjunto de cuentos Mapas del otro mundo (1977).

El 5 de diciembre de 1980, en el Teatro de la Universidad Católica de Chile, en Santiago, se estrena, con música del compositor Wilfried Junge (y en el marco del "XI Congreso Eucarístico, Chile 80") la Cantata del Pan y la Sangre, texto estremecedor que representa un momento importante de la poesía religiosa artecheana.

En 1986, el bellísimo libro Llaves para la poesía (texto elaborado para los niños como una forma de aproximación al género lírico a través de las obras de Gabriela Mistral y Pablo Neruda), recibe un importante reconocimiento del IBBY (International Board on Books for Young People), al incluirlo en su lista de honor entre 35 libros seleccionados de todo el mundo.

Con el regreso al país de la democracia, Miguel Arteche puede reeditar sus libros ya agotados y, lentamente, empieza a publicar sus más recientes obras. De tal forma, en 1994 aparece un nuevo libro de poemas, Fénix de madrugada  en 1995 y 1996, respectivamente, se presentan otras ediciones de sus poemarios Destierros y tinieblas y Noches. En Buenos Aires es editada su Tercera Antología (selección de su obra poética) y en 1992 es becado por la Fundación Andes en su Programa de Becas para Escritores.

Entre 1990 y 1991, Miguel Arteche se desempeña como subdirector de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, actividad que complementa con su trabajo académico como profesor de redacción de la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica de Chile (1983-1993). En 1995, recibe uno de los mayores galardones para aquellos autores que hayan publicado un libro en el año anterior: el Premio de poesía del Consejo Nacional del Libro y la Lectura por el volumen Fénix de madrugada. 

1996 será el año en que el poeta reciba el Premio Nacional de Literatura, distinción que, según la mayoría de la comunidad intelectual, merece ya desde hace años. Un día antes de la importante noticia, Arteche ha presentado su más reciente poemario, Poemas para nietos y también ha recogido en una nueva selección de poemas su Antología cuarta. Entre las diversas razones argumentadas por el jurado para premiar al poeta, se señala: "la continuidad y el rigor estético yético con que se ha dedicado a la elaboración de su obra y a la formación de nuevos autores" . Un galardón que parecía ser esquivo a Arteche, pero que finalmente vino con justicia a premiar una de las obras más profundas de la mejor parte de la poesía chilena escrita en el siglo veinte.

Fuente: Poesía y prosa (Antología) Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 2000]

ÚLTIMA PRIMAVERA
La luz bajaba desde la colina.
El sonido de un tren, un paso que he perdido.
Juventud, herida de otro tiempo,
te alejas soñolienta
como una verde lámpara sepultada en la noche...

Algo silencioso
estaba junto a mí. La lluvia
penetraba los techos perfumados.
Juventud, perdiste tu campana antigua,
tu yelmo mágico,
tu vara transparente.

Ésta es mi habitación. Ésta tu llama.
Éste el vestido. Ésta tu cintura.
"Tu nombre", dijiste, "se ha perdido en la sombra.
Búscalo más allá, detrás de las colinas".

Era yo el que cantaba.
Nadie ha de saciar nuestro encuentro perdido.
Me perdí en el bosque. Partiste a los canales.
La luz bajaba desde la colina.

COMIENZO
El jardín se ha posado en mi jardín.
Toda su galaxia resplandece a medianoche.
Los árboles destellan, las flores fulgen.
Tiene el césped una tersura de nimbo.
Bajan los Transparentes
y de sus cuerpos surgen peldaños de escala.
Los Radiantes me llaman con sus cristales.
Mis años descienden en el cáliz de un instante.
Los Centelleantes me han rodeado
y me tienden sus ojos de oro.
El amor es una paloma de fuego que elevan.
Por fin llegaron. 
DAMA
Esta dama sin cara ni camisa,
alta de cuello, suave de cintura,
tiene todo el temblor de la hermosura
que el tiempo oculta y el amor desliza.
Esta dama que viene de la brisa
y el rango lleva de su propia altura,
tiene ese no sé qué de la ternura
de una dama sin fin, bella y precisa.
Aunque esta dama nunca duerma en cama
parece dama sin que sea dama
y domina desnuda el mundo entero.
Esta dama perdona y no perdona.
Y para eso luce una corona
esta dama que reina en el tablero.

LA NIÑA DE LA OSCURIDAD mi hermana muerta
La niña de la oscuridad,
la niña que tiene el rostro en la oscuridad
de los jardines sombríos:
en donde llueve y nadie sabe
o solo sabe que la niña lleva
la mitad de su rostro,
la mitad de sus ojos:
.........la niña
de la oscuridad,
volado el rostro,
el rostro en sangre que derrama
sobre las flores: la niña que me llama
sobre la lluvia que no cae,
en su mitad perdida,
en los jardines sombríos de la tierra.

A

HAY HOMBRES QUE NUNCA PARTIRÁN
Hay hombres que nunca partirán,
y se les ve en los ojos,
pues uno recuerda sus ojos muchos años después de que han
partido.

Pueden estar lejanos,
pueden aparecer a medianoche
(si están muertos)
y jugar a que viven.
Pero siempre, con la desolación de su ausencia,
uno comprende que no han vivido en vano,
y que su esperanza
es la única esperanza digna de ser vivida.

Y los hombres que nunca partirán
suelen no aparecer en los periódicos,
no se habla de ellos en las radios,
su imagen no gesticula en la televisión:
no son gente importante,
no circulan entre las altas esferas.
........Son aquellos
que aceptaron el sufrimiento
y lo hicieron suyo para la salvación de otros hombres
sin decir una sola palabra:
pero dejaron abiertos, bien abiertos sus ojos
para que nunca los olvidemos cuando ellos hayan partido.



RELACIÓN DE MEDIANOCHE
Si entras a esa casa, a medianoche,
si entras en ese mundo,
y sigiloso y en puntillas dejas
quietas las manos, con cuidado
no respiras, y si los ojos fijas
en una hoja de papel en blanco
por algunas semanas, y luego te desprendes,
aunque es difícil, de tu cuerpo,
o si lo dejas en los años que te quedan
por vivir, y nadie hay en la casa,
y nadie hay en el mundo de la casa:

verás que el cigarrillo enciende al fumador,
y el vino se bebe al embriagado,
y el libro lee a su lector,
y la chaqueta se viste de su dueño,
y el pan engulle a sus hambrientos, y el espejo
se mira en el azogue de la dama,
y de improviso se enciende una pared,
y asoma una cabeza, y la saludas,
o muy de súbito sale de tus hombros
el niño que serías, y lo besas,
o una mano en el aire arroja de improviso
abejas de oro sobre tu cabeza,
o ves llegar la madrugada
y te duermes
en otra casa, y en el sueño tratas
de buscar lo que has perdido:
ese mundo real que ya no tienes,
porque entraste en el mundo de los ojos irreales.

Salvo que entraras de nuevo en esa casa...

ESTE ES EL FIN DEL CRISTO ABANDONADO
Este es el fin del Cristo abandonado,
el fin de la lanzada, el clavo y el vinagre,
el nunca más de la Resurrección,
el siempre de la muerte en el Sepulcro,
el fin del pan que multiplica
la sangre, el fin del buen ladrón y Magdalena,
el fin del hombre Lázaro sin muerte.
Este es el fin del traidor en Judas,
del cobarde en tu Juan,
el fin de la ramera perdonada,
la huida en mercader y a latigazos,
el balbucear del rico que entra al cielo
cada cien mil años, y el sisear del pobre
descoyuntado a huesos por el rico.
Esta es la fuga a noches en el asno,
el apagarse de la estrella,
el reventar de los belenes, el estallido
de la pregunta que no dice
José de Arimatea.
Este es el fin
del centurión y de los lirios
del campo (mirad los lirios del campo, y Salomón con toda
su gloria no pudo alimentarlos).
Este es el fin: buscadme ahora,
decidme ahora que no sea
el fin de la Palabra
(en el principio la Palabra, en el principio
las tinieblas que jamás,
se van), y el río que a los mares
se va, según el Cristo, y el Cristo no regresa:
se va, se fue: lo dejo escrito
a ver si no es el fin, a ver si en esta noche
Tú no me has abandonado.

VAGABUNDOS EN LA NOCHE
Te
llama el sur esta noche, te llama como nunca
el corazón secreto de la lluvia, te llama un perfume
dejado en la distancia y que regresa ahora.
¿Hay algo para el cuerpo que espera con nostalgia,
algo para su sed, para el canto que escapa;
hay algo, viene algo por el cielo, no oculta la cordillera
nuestra pregunta insomne, no guarda su pecho oscuro
la respuesta a ese tiempo que desde el mar avanza?

¿Es eso lo que recuerdas, es ese ser oculto que por las calles
canta,

es ese vagabundo que duerme en la basura,

con los zapatos rotos y la cara hacia el cielo,

en una horrible mueca?
¿Es eso lo que recuerdas, es eso que por las ramas
insiste en la primavera:
la joven esposa muerta, la huella de los hombres
en el parque mojado? ¿Era eso en la noche,
eran las luces secas de brillos petrificados
en las calles del lujo?

Para ti, tierra, las vidas de los hombres solitarios,
los niños harapientos jugando entre la lluvia,
los nombres, las fechas y las personas muertas;
para ti las tormentas, las colinas purpúreas,
las castañas en duros zurrones afilados,
las lámparas en grandes
habitaciones, los vientos,
los vientos sobre plazas desiertas,
mientras las hojas secas en el sediento asfalto
acumulan la futura lluvia que aparece.

Es cierto: porque cuando pasas sobre la noche;
cuando, sigilosamente, aparece la lluvia,
y recuerdo los seres que pasaron,
el calor de unas sienes doradas por el vino;
cuando cruza el otoño -rojo de furia triste-
por semáforos, autobuses, tiernas escalinatas,
¿hay algo en esa cara que interroga hacia el aire
de un día que soporta otro día lejano?

Para aquéllos las luces llenas de terciopelo,
las sibilinas voces de perfumes, las vagas
promesas de placer en cálidos recintos;
para ellos las noches de promesas ocultas,
las estampas de un invierno pasado,
el entierro lejano, el humo
sobre el parque. Papeles enloquecidos
caen hacia un otoño rabioso que se acerca.
Están sobre los puentes acumulando angustia,
el agua tiene secos reflejos afiebrados,
sus ojos se adormecen, fiebre y frío penetran
los ansiados retornos que por el río pasan.
¿Qué han perdido en las noches,
en la esquina poblada qué interrogan sus caras?
Hablan del mar cercano (el viento se estremece,
el viento cruza y pasa) y apretados esperan
un ayer imposible para un futuro incierto.

Tierra, tierra sobre deseos, sobre puentes y ramas,
sobre arenas desiertas, sobre pasos que mueren,
¿qué buscas, qué esperas
para alcanzar un rostro, un harapo, una mano quemada
por la moneda avara? ¿Es que esperas sus muertes
en la noche, sólo sus vidas hoscas
consumidas sin haber conocido
el hueco de un calor,
el sueño sin temores, el alba
por fin mágica y buena? 

TIERRA AUSENTE, NO HAS DE VOLVER JAMÁS
Por eso, cuando el vientre sinuoso del alcohol te rodea;
cuando las luces de las calles resbalan por tus ojos
como extrañas bocas planetarias;
cuando -con los puños ardientes- preguntas por el pasado que te
escupe las entrañas,
tú escuchas, bajo el eterno
y solitario corazón de la noche,
el respirar, la angustia, las historias anónimas
de millares de cuerpos ya desvanecidos
bajo embelesos negros y el incansable
sueño del tiempo que hunde sus cinturas heladas.

¡Si pudiéramos volver, si en los amargos grumos de la noche
oyéramos el incesante rumor distanciado
del tren que avanza al sur! ¡Si fueses tú el que vuelve,
en la inminencia fría de nieve melancólica,
sin nada más! Pero ¿por qué el regreso,
para qué ese silencio de otras caras marchitas
que han de mirar sin conocerte? Preguntarás en vano,
porque eres un extranjero en el hogar de arena
que elegiste. Dirán con gestos de cansancio:
¿Quién es este que vuelve encallecido?

Y ahora recuerdas el regreso de la vieja tormenta que sacude la
casa.
Sientes la jubilosa garganta de la tierra
en octubre encantado, cerca de los volcanes.
Oyes la voz helada, las funerales sílabas
del padre tenebroso que nunca conociste.
Recuerdas unos inmensos ojos de ternura inclinados
al borde de tu noche. Y la tormenta oscura
-que muerde, temblorosa, la casa desierta-
vuelve a inundar las piezas solitarias.
Aparece en el cielo el incendio de los bosques;
las cenizas cubren la provincia. En la mañana
te despiertas y escuchas las campanadas
de la lluvia y el violento
golpe de las ciruelas al caer en el suelo.
Oyes que los vecinos comentan, sigilosos,
los recientes temblores, y un hálito de brujos
corrobora sus voces. De improviso, y gloriosa,
ves surgir la mañana -rápida, limpia, fría-
sobre el azul secreto del lago, y en sensuales
sábanas desperezas tus miembros recordando
la herida del amor y de la amante.

¡Oh, vuelve,
vuelve, mágica noche, si abrazados rodamos
por un espacio tibio! ¡Mágica noche tuya
y del amor, ya nunca ha de caer tu tierra
rota con hachas asesinas! ¡Ya nunca, oscura boca,
has de volver a destrozar olvidos,
mientras el tiempo oscuro te trae, silencioso
-en esta habitación que el Guadarrama mira-,
reunidos recuerdos! ¿No escuchaste en la noche
la voz del pájaro maligno perdido entre los bosques,
no sentiste el brutal desgarrón de la sangre
en cierta primavera, cuando te despertabas solo
y un tibio resonar de inmortales promesas
y deseos te mordían en el lecho?

Y ahora sólo el sueño
y la ausencia del tiempo tiemblan en tu garganta.
La prodigiosa, insondable, luz de Castilla surge,
brota desde la tarde y sin embargo vuelves
las memorias a inmensas cordilleras de nieve.
¡Oh días de promesas solitarias sin nombre
junto a la lasciva nieve, mientras la rata muerta
del silencio se alzaba desde la cordillera!
¡Oh retorno imposible de la amante escondida
que sepultada yace buscando unas raíces!
Oyes las voces de muchachos que vuelven
de un verano marino y un letargo de arenas.
¡Oh, gira, gira, noche!,
¿no estás tranquila, no esperas nada
de todo lo que duerme detrás de aquellos pasos
sembrados en tu pecho? Y algo se mueve ahora
en la noche y recorre los corazones yertos,
y algo grita en salvaje, desconocido llanto,
el lenguaje de oscuras profecías. Y sientes la madrugada,
la inevitable y gloriosa y desierta madrugada.
¡Oh tierra, tierra ausente, no has de volver jamás!

LOS DÍAS QUE LA AUSENCIA HA DEVORADO
Nunca olvidarás la calle bajo la luz extraña
de septiembre, una tarde; no olvidarás
olores del café que dormía en la taza,
pero tal vez olvides algo, tal vez se ausente algo.
Y ahora sólo escucho el sonido de la noche
que cae de la playa, y no hay nadie,
nadie que te recuerde, nadie
sino los vientos
marítimos, las voces de los niños, y el perro
que duerme todo el día como espejo aburrido,
nadie sino el azul dormido por la playa.

Entonces la penumbra rodeaba los sillones
y desde alguna parte la música subía,
la música mojaba tu ardiente corazón,
y desde alguna parte, desde una parte gloriosa,
tu voz que conversaba derramaba los días
futuros de nuestras vidas, acentuando, invisible,
lo que apenas pensaba la memoria lejana.

Compañero presente, no queda nada
sino el silencio de la casa,
los días que el amor ha devorado,
tu rostro que brilla en las paredes
acentuando la nostálgica luz de la luna,
los pasos que acercaron su carga de deseos
hacia el río desierto; y sólo el eco
de esas largas conversaciones rotas
en la orgullosa y perdida tarde final de un año,
las palabras llenas de alcohol bailando
delante de nuestros ojos; es decir, queda un nombre
que recorrió veredas sucias, pobres, tiznadas
por la luz de un crepúsculo;
y ahora, compañero, las mañanas ansiosas
de estudio interrumpido caen entre mis manos
y desde el parque viene la bocanada amarga
de aquello que responde sólo a un pasado muerto.

Abrid, abrid las puertas silenciosas
que el tiempo no ha tocado; dejad que entren los cuerpos
a ocupar su lugar; dejad que el lecho curve
un arco distendido de pieles ardorosas;
dejad que alguien devore los días. Sólo queda
en la casa de antaño un viento que recorre
cuerpos aletargados: un viento que levanta
días donde las ciénagas reciben cuerpos muertos,
días que retroceden del día que dejaron,
días que sostenían una nueva estela,
una burbuja apenas
sobre el agua callada que alguien bebiera solo. 

CANCION DEL RÍO INDIFERENTE
Cuando las soledades metálicas de las ruedas hicieron
vibrar tu cabeza rasgada por estrellas
-rápido, señorial, antiguo,
inmutable, prisionero por las islas de arena-,
reposaste fluyendo, en la noche, en la muerte.

Cuando la punta yerta de la flecha se hundió en tierra,
y el cuerpo sigiloso del conquistador, vencido, cayó en tierra
haciéndose igualmente hueso: tú entrabas en el mar,
te detenías huyendo, en la noche, en la muerte.

Cuando todo sea olvidado (porque todo será olvidado);
cuando no recordemos quiénes fuimos bajo ese árbol que ha de ser
una mesa,
y cuando la mesa se transforme en el fuego,
y cuando todo se restituya en ti -¡oh madre tierra!-, en tu terrón
amargo:
tú fluirás cantando, seguramente cantando
en la noche, en la muerte.



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